
Principios de la innovación para el Bien Común

Innovación, invención y descubrimiento
La “invención” es una idea que, en el lenguaje común, se iguala a la de innovación, aunque en el lenguaje técnico hay diferencias entre ambas. La innovación se considera tal si se traduce en procesos y productos “nuevos” que llegan al mercado. En cambio, hay muchas invenciones patentadas que jamás se comercializan.
Una perspectiva más amplia y menos utilitaria, incluye los inventos y descubrimientos fortuitos, con sus aplicaciones derivadas, como parte de las innovaciones. Por ejemplo, el descubrimiento fortuito que condujo a Fleming al desarrollo de la penicilina.
El concepto de innovación goza de gran prestigio. Hay premios a la innovación, subvenciones y ayudas, y se considera uno de los factores clave en las sociedades que triunfan. El espíritu de innovación, económica y tecnológica, es clave en la propia imagen que nuestras sociedades tienen de sí mismas, al menos en los últimos siglos. En sí, esta idea no es positiva ni negativa, sino que, simplemente, habla de algo nuevo.
Según la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) la innovación es “la introducción de un nuevo, o significativamente mejorado, producto (bien o servicio), de un proceso, de un método de comercialización o de un nuevo método organizativo, en las prácticas internas de la empresa, la organización en el lugar de trabajo o en las relaciones exteriores” (OCDE, 2005, p.56)”. Según esto, podemos reconocer cuatro formas de innovación: en productos, procesos, mercadotecnia y organización. También existen diversas tipologías de innovación, como la que distingue entre las innovaciones incrementales y disruptivas.

Riesgos de la innovación como “novedad”
La innovación no siempre ha sido inocua. Ya en el pasado siglo comenzaron a levantarse voces que cuestionaban sus resultados en muchos casos. Existe un consenso amplio sobre que nuevas tecnologías, o nuevos procesos, no siempre contribuyen al futuro, bienestar y estabilidad de los seres humanos, ni del mundo del que forman parte.
En estos momentos de rápido avance de la robótica, existe una ansiedad generalizada sobre cómo esta puede afectar negativamente a los empleos y la vida cotidiana. Igualmente, el uso generalizado de Internet suscita recelos acerca de la utilización de los datos personales y la violación de la privacidad de cada individuo. O qué decir de las sospechas sobre las semillas transgénicas o el temor a los efectos del “fracking”.

Innovación y bien común
Recientes corrientes de pensamiento proponen que toda innovación, para ser aceptable, tiene que redundar en el bien común, y no debe resultar solo en beneficio del grupo que la lanza o la utiliza a costa del resto del sistema en que está inserto.
INNO3000 se adhiere a esta corriente y afirma que, para que la innovación sea aceptable como palanca de un futuro mejor, debe tener, como principal objetivo, el bien común.
La principal beneficiaria de la innovación debe ser la humanidad en conjunto, no solo una parte de ella o un grupo económico particular.
Más aún, este bien común no debe serlo solo de la humanidad, sino de la infinidad de seres vivos con los que compartimos nuestro hogar común, GAIA, la Naturaleza. Esta innovación debe estar integrada en una visión sistémica global. En ella, el ser humano debe convivir armoniosamente con los demás habitantes del planeta Tierra.
Principios orientadores
¿Cómo se plasma este compromiso?
Para empezar, proponemos unos principios que orienten la creación de innovaciones, estimulen las mismas hacia lo colectivo y sirvan como “piedra de toque” para verificar la idoneidad de cualquier propuesta novedosa.
Los principios esbozados no son rígidos ni dogmáticos. Son aún incompletos, pero congruentes con nuestra visión, y esperamos su futura ampliación y enriquecimiento. Son ideas vivas que aspiran a ser apropiadas, reformuladas y mejoradas por aquellos que se rigen por el bien común.
El resultado debe ser que la tecnología colabore con el desarrollo individual y colectivo del potencial humano. Pues como escribió el francés Rabelais:
“Ciencia sin conciencia es la ruina del alma”
7 Principios de la innovación para el bien común
1. Principio
de novedad
En la innovación, el que algo sea novedoso es lo que menos importa.
La “novedad” es el núcleo central en el concepto actual de innovación: productos nuevos y diferentes, que son protegidos por patentes y se transforman así en una propiedad intelectual, legalmente protegida.
Pero, este es el menos relevante de los principios de la innovación para el bien común, pues está más motivado por criterios económicos privados (patentabilidad de productos y procesos) que por un criterio de utilidad para la mayoría.
Además, el concepto de “novedad” suele aplicarse solo desde la perspectiva de una sociedad o grupo, no del conjunto de la humanidad.
Ya sea invención, innovación o descubrimiento, ¿qué es algo realmente nuevo? Muchas “invenciones”, que lo son para un país o cultura, ya existían anteriormente en ese mismo país en otras épocas, o en otro lugar lejano. Las tuberías metálicas de agua eran corrientes en Europa durante la época romana, y solo se volvieron a utilizar en el siglo XIX. La imprenta de caracteres móviles, la pólvora o la brújula ya eran conocidas en China cientos de años antes de ser “re-inventadas” en los países europeos.
Tampoco debemos olvidar que el concepto de “descubrimiento” suele conllevar una arrogancia etnocéntrica. ¿Podemos decir que Hiram Bingham “descubrió” Machu Picchu, cuando fue llevado hasta allí por un guía local? Guía que, por cierto, no aparece en los libros de historia. Igualmente, nos parecería extraño leer que los primeros americanos que Colón trajo a España fueron los “descubridores” de Europa. Pero en realidad sí lo fueron... desde el punto de vista de las Américas.
Todo esto resta importancia a la idea de innovación como creación de algo “nuevo”. Por lo que sugerimos un cambio de enfoque, en el que primen la creatividad y la utilidad con vistas al bien común.

3. Principio
de eficiencia
La economía de recursos es un principio básico de la innovación. Es cada vez más fundamental en este momento en que estos comienzan a escasear.
La eficiencia implica conseguir los objetivos deseados utilizando la menor cantidad de recursos. Como éstos suelen ser escasos, eficiencia y economía están fuertemente emparentados. Desgraciadamente, la economía de recursos no parece ser un principio generalizado en las actividades económicas actuales.
Por ejemplo, hoy día, la mayor parte de los programas informáticos que utilizamos, como MS Office, ofrece con facilidad cientos de opciones más de las que necesitamos en el día a día. En principio eso no parece algo negativo, pero en la práctica tiene un coste importante: necesitamos ordenadores con procesadores más potentes, y bastante memoria RAM, para realizar funciones muy similares a las que realizábamos con Office 97 en ordenadores cientos de veces menos potentes. Es el equivalente a cazar moscas a cañonazos: un derroche de recursos que viola, de modo esencial, nuestra propuesta sobre la verdadera innovación.
Y hay ejemplos aún más preocupantes: que una botella de plástico consuma, para su producción, 80 litros de agua, o que las transacciones de bitcoins en el mundo consuman más electricidad que todo un país como Argentina.
Cuando comienzan a escasear muchos elementos, como el agua potable, el aire puro, el petróleo, etc., resulta cada vez más urgente hacer más con menos. Sin embargo, existen prácticas comunes, como la obsolescencia programada, o el uso de envases innecesarios y no reciclables -por dar solo dos ejemplos-, que contradicen de modo casi tragicómico este principio. A quien quiera despertar de su plácida ignorancia, le recomendamos ver algunas imágenes de los muchos vertederos donde se almacena la basura tecnológica que enviamos a países más pobres, solo para no tenerla cerca de nuestras casas.

5. Principio de armonía y orden
Redescubrir la belleza y el orden naturales ofrece una fuente infinita de inspiración para la innovación.
Hay dos formas opuestas de concebir el avance científico y técnico. Una, considera que las ideas y logros son elementos separados, como piedras que se van acumulando hasta crear el montón de agregados que llamamos ciencia o tecnología; la otra ve el mundo como un todo armónico, del que el ser humano conoce aún solo una parte ínfima. Así, cada descubrimiento es, en realidad, un “quitar el velo” que tapaba la parte ahora descubierta.
Armonía y orden están íntimamente ligados. La palabra griega kosmos, que comúnmente utilizamos como sinónimo de “universo”, significaba tanto “armonía” como “belleza” y “orden”. Los antiguos griegos reconocían así que el universo entero es bello y armónico, y que en él encontramos infinitos ecosistemas que reflejan el orden y la belleza de la naturaleza.
Orden y belleza integrados son potentes motores para la verdadera innovación. El principio de armonía es inspirador y creativo, proporciona líneas de investigación y hace que lo ya conocido sea puerta para adentrarse en lo aún desconocido. De la misma manera, la búsqueda del orden, que se expresa en belleza, es un estímulo a la innovación, más potente que la simple voluntad de resolución de los problemas cotidianos.
Tal vez no sea mera coincidencia que algunos de los principales espacios y modelos de innovación, como el MIT Media Lab o el cradle-to-cradle design, estén íntimamente relacionados con la arquitectura. La arquitectura, “música congelada”, como la llamó algún poeta, es una de las disciplinas prácticas más armonizadoras y sistémicas, tal como la concibió el romano Vitrubio en su célebre Tratado sobre los principios de la arquitectura.

7. Principio de responsabilidad intergeneracional
Si actuamos considerando el impacto de nuestras acciones sobre la séptima generación, a 150 o 200 años en el futuro, nuestras acciones y decisiones serán significativamente más responsables y beneficiosas.
Este es, tal vez, el más olvidado de los principios. Está inspirado en el principio de la séptima generación, común a muchos grupos nativos norteamericanos; principio por el que, a la hora de tomar decisiones importantes, se valoraba el impacto que estas tendrían sobre la séptima de las generaciones venideras.
En cambio, nuestra cultura sólo actúa considerando el corto plazo y, como consecuencia, las minas que envenenan por siglos los territorios adyacentes son algo endémico de nuestro “progreso” reciente. También la deforestación que desequilibra los hábitats y convierte fuentes de riqueza y vida en desiertos, golpeando así a casi todos los países.
Para ilustrar la importancia de este principio contamos un ejemplo histórico. Preocupado por las investigaciones alemanas relacionadas con la explotación militar de la energía nuclear, Einstein escribió una carta al presidente de los Estados Unidos, Roosevelt. Ello tuvo como consecuencia el nacimiento del proyecto Manhattan, cuyo resultado fue la bomba nuclear. Cuando dos de estas bombas se lanzaron sobre las poblaciones civiles de Hiroshima y Nagasaki, físicos como Oppenheimer, que habían participado en su desarrollo, quedaron horrorizados. Estos científicos se unieron en la postguerra para tratar de frenar el siguiente avance, la bomba de hidrógeno, pero ya era tarde. La Unión Soviética se hizo con la tecnología nuclear a través del espionaje, y la bomba H fue desarrollada.
Es ilusorio pensar que el desarrollo de la tecnología, bajo sus muchos aspectos, debe ser amoral, o sea, proceder sin consideraciones éticas. Hay descubrimientos y tecnologías que pueden ser altamente destructivas para el bien común humano, y mientras prime el sentido tribal sobre la conciencia de la Humanidad Una, puede ser mejor que algunos descubrimientos y avances no lleguen a realizarse.

2. Principio
de evolución
En un mundo en perpetuo cambio, siempre harán falta nuevas soluciones a problemas concretos.
Este es el principio que está, quizás, más íntimamente ligado al concepto de innovación. El mundo no es estático, todo lo que conocemos está en perpetua evolución. Por eso, lo que puede ser útil y pertinente en un momento dado, deja de serlo en otro momento posterior del ciclo evolutivo.
Proponemos la evolución urgente de nuestro modelo económico, y las actividades industriales que de él se derivan, hacia un “nuevo” modelo; un modelo que regrese a una visión ecológica-sistémica del mundo y de las relaciones entre el Ser Humano y la Naturaleza.
El Modelo de Desarrollo Sostenible, propuesto por las Naciones Unidas en su “Agenda 2030”, representa un paso en la dirección correcta, con una visión que integra con solidez lo económico, lo social y lo ambiental.

4. Principio de sinergia como fuente de creatividad
Para innovar, el ser humano puede -y debe- integrar sus facultades analíticas e imaginativas.
La innovación se beneficia de soluciones sinérgicas para problemas comunes. Sinergia significa que el todo es mayor que la suma de las partes. Proponemos ampliar el concepto de sinergia más allá del trabajo en equipo, donde esta es un objetivo claramente deseable.
Nuestra propuesta de sinergia se aplica a las dos grandes áreas de la psique humana, la simbólica-intuitiva y la analítica-racional.
Estas áreas están sintetizadas en las funciones que se atribuyen a los dos hemisferios del cerebro: el izquierdo, especializado en el análisis y la lógica de las partes, y el derecho, que usa la síntesis, la imaginación y la visión de conjunto. Así, al concentrarse en los detalles técnicos, pragmáticos y concretos, no se pierde de vista un panorama más amplio, que puede ser la puerta a la inspiración en los momentos en que no se encuentran salidas; lo que en los países anglófonos se denomina como “pensar fuera del marco establecido” (to think out of the box).
La visión sistémica y global es, además, un excelente antídoto contra el egoísmo manifiesto de las innovaciones patentables. Los descubrimientos, inventos e innovaciones son, por lo general, humildes aplicaciones, a escala humana, de leyes naturales. Para un ingeniero, sería un éxito reproducir las características mecánicas de una simple tela de araña o el vuelo de un coleóptero.

6. Principio de respeto a la vida y la naturaleza
Los resultados de todo proceso de innovación deben ser útiles al bien común y respetar la naturaleza.
La innovación se expresa a través de ideas y creaciones variadas, que solo serán útiles si se respeta el equilibrio natural y se consideran las verdaderas necesidades humanas.
El modelo económico de la rosquilla, creado por la economista de Oxford Kate Rawoth, representa un magnífico ejemplo. Plantea que debemos satisfacer las necesidades fundamentales de TODOS los seres humanos, que la economista considera bien reflejados en los objetivos de desarrollo de las Naciones Unidas. Al mismo tiempo se deben respetar una serie de límites naturales.
Como muchos han indicado ya, si no respetamos estos límites naturales, corremos el riesgo de socavar nuestro propio futuro. Nuestro actual modelo económico puede ser tristemente descrito como “pan para hoy y hambre para mañana”.
