El factor humano
- social1605
- 7 dic 2021
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 25 dic 2021

Los expertos en ciberseguridad tienen la costumbre de insistir en que, por encima de la cada vez mayor sofisticación de los ataques informáticos, el factor humano es el principal problema al que se enfrentan. La mayoría de las veces es la decisión de una persona a la hora de abrir un correo, reenviar un mensaje de Whatsapp, entrar en una web, descargar un archivo o hacer clic en un enlace, la que desencadena el Apocalipsis en las empresas. El informe de 2021m de la empresa CrowdStrike sobre ciberseguridad (https://www.crowdstrike.com/resources/reports/global-threat-report-es), refiere, al abordar el problema del phishing, que “El fundamento psicológico de muchas de estas técnicas [de ingeniería social] es sacar partido de las emociones y la conducta humana, y en este sentido, las más útiles son la avaricia, la curiosidad, el miedo y el deseo de ayudar.”
La cuestión no es nueva ni se limita a la ciberseguridad. En un tono menos serio que el de los ataques informáticos, la expresión “error PEBKAC” permitía a los técnicos informáticos señalar a los profanos en conceptos como "procesadores", “OS” y “RAM”, como los absolutos culpables del problema por el que habían osado llamarles. PEBKAC es el acrónimo en inglés de “Existe un problema entre el teclado y la silla” y, ¿quién ocupa el espacio entre el teclado y la silla?, ¡efectivamente! ¡Tú! El mayor problema de los seres humanos es, en general, la existencia misma de los seres humanos. Las decisiones que toman otros, las opiniones y acciones de los otros, su conocimiento o falta de él es lo que ha hecho que, a lo largo de la historia, se sucedan eventos desastrosos que nada han tenido que ver con “actos de Dios”, como gustan de llamar algunas aseguradoras a las catástrofes naturales. Las decisiones humanas, su arrogancia, su cultura (o la falta de ella), sus creencias y, como recuerda el informe de CrowdStrike, su avaricia, curiosidad, miedos o buenas intenciones, son las que mueven el progreso, las guerras, los desastres medioambientales, la miseria y tantas otras cosas.
Quizá por esta razón, o por ser parte del problema, el ser humano ha buscado formas de no asumir las propias responsabilidades, de no hacerse cargo de los problemas que causa. El más reciente modelo que hemos inventado como “pliego de descargo” es la IA. Y, sin embargo, la cosas no nos está saliendo como esperábamos. Como pasa con los espejos, el desarrollo de la IA nos ha obligado a mirarnos más de lo que ya lo hacíamos para entender cómo funcionamos en la descabellada intención de hacer funcionar mejor a las máquinas, de conseguir que ellas hagan lo que no somos capaces de hacer por nosotros mismos. Así, los casos de traslado de sesgo humano a las máquinas en la programación de la IA dejan al descubierto hasta qué punto estamos impregnados de prejuicios y distorsiones en nuestras maneras de ver el mundo y conocernos a nosotros mismos.
Queremos que las máquinas se comporten con la ética que nos falta a nosotros, que tomen decisiones infalibles basándose en nuestro propio historial de errores, que conozcan el bien y el mal cuando aún no conocemos cuáles son los mecanismos que hacen que nosotros desarrollemos ese conocimiento. Queremos que hagan lo correcto cuando nosotros no somos capaces de identificar qué es lo mejor para todos. Nos engañamos proclamando que las máquinas harán del mundo un lugar mejor, que ellas conseguirán lo que no hemos podido hacer nosotros en milenios, que acabarán con las desigualdades, la pobreza y el hambre. Y dejamos pasar el tiempo jugando con los neuroprocesadores, el silicio y el machine learning, por seguir convenciéndonos de que la solución de nuestros problemas está fuera de nosotros. De alguna manera se concluye que si el factor humano es el causante de los problemas, eliminarlo por completo de la toma de decisiones es la panacea salvadora. Sinceramente, en algunos casos habrá quien crea con toda su buena intención que así es. En otros casos es la pura y simple ambición, la expectativa del frío y lucrativo negocio, la que deja que el papel redentor de la máquina se filtre en las mentes de los que esperan que todo cambie. Pero, sencillamente, la única forma de que el mundo cambie es que el ser humano cambie; no las máquinas, el ser humano. Sencillamente, la única forma de que el mundo sea mejor, es que los seres humanos, nosotros, seamos mejores personas; no mejores ingenieros, ni mejores economistas, ni mejores abogados, ni mejores médicos, ni mejores banqueros, ni mejores artistas, ni mejores políticos... sólo mejores personas.
Fátima Gordillo
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